El acoso escolar, también conocido como “matoneo” o “bullying” por su popular término anglosajón, se refiere al comportamiento agresivo de un individuo que abusa de su poder exponer al otro, a través de la opresión, el hostigamiento y la intimidación utilizada para resaltar sus debilidades, con el fin último de generar daño al otro, ya sea físico, emocional o psicológico. El bullying es una conducta cruel e invasiva en la que el perpetrador vulnera a la víctima atacando su autoestima a través de insultos o desprecios, exiliándolo y apartándolo de sus compañeros, afectando así la manera en que se desenvuelve socialmente; incluso es capaz de herirle aplicando violencia física.
El acoso escolar puede considerarse una tortura sistemática en la que el agresor consigue la intimidación de la víctima atacando sus debilidades y generándole terror y disociación en todas sus áreas, por lo que siente miedo de asistir a clases, sufre de pérdida de confianza en sí mismo y en su entorno, muestra síntomas de nerviosismo, tristeza y soledad e incluso puede llevarle a considerar la autoflagelación y el suicidio como método de escape ante la situación que le aqueja.
América Latina es una región cuyas cifras oficiales marcan que 7 de cada 10 niños sufren de acoso escolar, desde una burla aparentemente simple, hasta un hostigamiento capaz de ocasionar incluso el suicidio del individuo que lo sufre. Este 70% se encuentra directa o indirectamente afectado por el matoneo escolar, como víctimas o testigos del abuso, y una de las causas está relacionada con la violencia que es común en los países latinoamericanos y que influencia el comportamiento de todos los integrantes de la sociedad, siendo Latinoamérica la región sin conflictos bélicos (es decir, sin guerras) más violenta del mundo, con una tasa de homicidios de aproximadamente 40 sobre 100.000 habitantes, superando el promedio mundial unas cinco veces.
Colombia se encuentra entre los países en los que el bullying es más frecuente, con una estadística de la Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud que arroja que al menos el 20% de los niños son víctimas de acoso en alguna de sus variaciones, esto indica que 1 de cada 5 niños son intimidados por algún compañero. Por otra parte, según una investigación de la Corporación Colombiana de Padres y Madres cuya muestra fue de 50.000 estudiantes, el 29% de los alumnos de 5to grado y el 15% de los de 9no han sufrido de intimidación. En Bogotá, tal como reseña Stop Bullying Colombia, fueron registrados 571 casos de acoso escolar en el año 2013. Sin embargo, todas estas cifras y estadísticas no son simplemente números, sino que reflejan a una gran cantidad de niños y jóvenes que viven como víctimas de violencia, intimidación y exilio en las etapas que deberían ser alegría, aprendizaje y socialización, en las que se desarrollan como miembros importantes de la sociedad.
Por ello, el gobierno de Colombia creó en 2013 una ley para controlar el bullying denominada “Ley de Convivencia escolar” gracias a la cual se creó el “Sistema Nacional de Convivencia Escolar y Formación para el Ejercicio de los Derechos Humanos, Sexuales y Reproductivos y la Prevención y Mitigación de la Violencia Escolar”, por medio de la cual el gobierno colombiano promueve la detección, protección y prevención de los casos de matoneo a ser denunciados a las autoridades competentes. Esta norma incluye distintos tipos de violencia y hostigamiento, desde burlas, chantajes, ofensas e intimidación verbal, hasta ataques físicos como golpes, empujones y casos más extremos que implican abuso sexual, de modo que todas estas muestras de bullying puedan ser detenidas y castigadas una vez se acuda a los comités de convivencia que deben existir en las instancias escolares de todo el país.
El matoneo escolar es una conducta que no solo perjudica directamente a aquél que lo sufre; también afecta gravemente a quien lo ejecuta, así como sus cómplices y a los testigos, puesto que se vuelven indiferentes a la violencia, como si fuese algo normal. Esto tiene un gran impacto social, pues influye negativamente a la convivencia y perpetúa la agresividad y la violencia como conductas aceptables, como reacciones naturales que no tienen mayores consecuencias y que por el contrario, resultan una fácil solución a cualquier problema al que se enfrenten.
Por lo general, un niño o joven que es víctima de acoso es un individuo pasivo, de poco contacto social y pocos o ningún amigo realmente cercano, lo cual los convierte en personas aisladas fáciles de atacar e intimidar. Al no sentir apoyo y no ser capaces de comunicarse, se convierten en niños vulnerables y temerosos que sufren de ansiedad, baja autoestima e inseguridad, lo que les hace sentir que ellos son los culpables de verse amenazados, ya sea por su forma de ser o su aspecto, en lugar de comprender que están siendo abusados injustamente.
En ocasiones, sin embargo, la víctima puede ser activa; esto quiere decir que aunque los rasgos de introversión y aislamiento siguen siendo frecuentes, su actitud es en cambio agresiva, puesto que no sabe cómo comportarse ante la intimidación y termina por actuar de modo impulsivo, respondiendo con agresividad e irritación, provocando aún más la violencia del hostigador. Estas “víctimas activas” como se les llama, suelen ser niños o jóvenes con rasgos de hiperactividad, también sucede en aquellos que tienen trastornos psicológicos o síndromes que alteran la conducta o bien provienen de un hogar en el que son también abusados.
El acoso escolar puede ocurrir desde la niñez hasta la adolescencia, siendo más común en esta última etapa. Además, afecta a cualquier niño que, por algún aspecto propio de su persona como sus características físicas, sociales, familiares, económicas o personales, tales como su género u orientación sexual y que el opresor considere propicio para burlarse o intimidarle.
El matoneo escolar también es el culpable de la ineficacia en la inclusión escolar de niños con distintos trastornos (Autismo, Asperger, Down), esto es debido a su condición diferente entre iguales y su dificultad para afrontar este tipo de ataques.
Hay muchas características de las cuales los padres, representantes, profesores y cualquier adulto responsable debe tomar en cuenta para percatarse de si el niño o joven es víctima de acoso escolar. Entre ellas están los cambios de humor o de su comportamiento normal, que responden a irritabilidad, aislamiento, incomunicación, tristeza o síntomas de depresión y ansiedad; trastornos del sueño, pesadillas o falta de apetito y manifestación de dolores sin causa aparente que pueden responder a una somatización de sus emociones. Igualmente si el niño o adolescente muestra daños en el cuerpo, tales como hematomas, golpes o rasguños sin alguna explicación coherente, tomando en cuenta que puede justificarlo diciendo que “se ha caído” o algo por el estilo, sin que esto sea cierto o corresponda en realidad a cómo lucen sus heridas.
Entre otros aspectos a considerar está también corroborar si sus artículos personales, tales como útiles escolares, o bien su ropa, zapatos, bolso, entre otros, se pierden constantemente o están maltrechos y deteriorados. A esto se suma que repentinamente no se acerque a quienes considera o consideraba sus amigos, no quiera compartir de manera grupal con sus compañeros de clase ni asistir a la misma; pide ser acompañado al llegar y al irse del colegio, o bien se preocupa en demasía de no ser acompañado (esto puede tener relación a alguna amenaza previa de su agresor o agresores).
Todos estos elementos son importantes para prevenir y detectar una situación de bullying en la escuela, pero también es necesario que los niños y jóvenes aprendan cómo actuar si son testigos de estos actos de violencia contra alguno de sus compañeros. En caso de que algún menor presencie un caso de acoso escolar, lo principal es buscar a algún adulto que pueda hacerse cargo de la situación, teniendo precaución de hacerlo anónimamente, a fin de no ser incautado ni intimidado por los victimarios, para que estos puedan ser detenidos en el acto y el niño no se vea implicado, pues puede ocasionar sentimientos de venganza en el o los agresores.
De igual forma, acercarse a la víctima y tratar de convencerle de hablar de lo que le sucede con sus padres, responsables o profesores es un buen método. Estos niños requieren del apoyo y la solidaridad de sus iguales para no sentirse solos y ser capaces de reunir las fuerzas para actuar en contra de la situación que les aqueja. En ocasiones puede ocurrir que el acosado se niegue a hablar, en cuyo caso es necesario que el testigo busque el modo de que alguien mayor que pueda resolver el problema, se entere de lo que le ocurre al joven. En medio de todo esto, es necesario que los niños sepan que de ninguna manera la solución se encuentra en recurrir a la violencia ni la venganza, pues ello sólo empeora las circunstancias.
La Ley de Convivencia Escolar que ofrece Colombia invita a seguir una serie de pasos para prevenir, detectar y denunciar los casos de acoso escolar que se perciban en las escuelas del país, a fin de proteger al acosado y corregir la conducta violenta del agresor. En principio, tras conocer el evento ocurrido, se debe informar a la directiva del plantel educativo, así como a los maestros y estudiantes involucrados, en conjunto con los padres y representantes del victimario así como del acosadito. En consecuencia, se dialogarán las posibles soluciones ante las circunstancias manifestadas, de modo que se encuentren puntos de concilio para los implicados, garantizando la atención integral y seguimiento particular según cada situación.
En caso de que el hecho no alcance un punto de resolución a través de los espacios de conciliación, intervendrán otras entidades pertinentes al caso, las cuales pueden ser el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, la Policía de Infancia y Adolescencia, la Personería Municipal o Distrital o la Comisaría de Familia, según corresponda la situación suscitada. Por otra parte, si la conducta de acoso, violencia y hostigamiento persiste como un atentado al nombre, el honor y la integridad del menor, los padres o responsables de familia tienen la facultad de dirigirse a la jurisdicción penal, siendo que son aspectos punibles según el Código Penal, Ley 599 de 2000.
Sin embargo, la responsabilidad penal relativa a los hechos de matoneo escolar requiere de bastante atención, debido a que sólo es punible en cuanto refiere a alguna conducta dispuesta en el Código Penal. Un menor entre 14 y 18 años de edad que haya cometido agresión o bullying puede ser privado de libertad como método correccional para su comportamiento, de conformidad con el delito cometido. En el caso de que el agresor tenga menos de 14 años, las medidas serán las establecidas por el Sistema Nacional de Bienestar Familiar.
Una sociedad solo avanza cuando es capaz de cuidar de su núcleo básico; la familia y por lo tanto, de la razón de ser de la familia, que son los hijos; por lo tanto, es menester comprender que el acoso escolar no se trata de un evento de agresión aislado entre un niño o joven y otro, sino de una situación que amerita gran atención y responsabilidad, por cuantas consecuencias trae consigo tanto para la víctima como para el agresor. Los traumas que puede causar el hostigamiento en un niño en plena edad de desarrollo durante una etapa que debería significar para él un espacio de alegría y desenvolvimiento, requieren de cuidado, pues pueden llevar al joven a déficit en su capacidad comunicacional y de socialización, así como trastornos depresivos que podrían culminar en suicidio. Por otra parte, un niño que crece asumiendo la violencia y la opresión del otro como un método fácil para conseguir lo que desea, es un potencial delincuente juvenil y posterior antisocial, por lo que es necesario atender a ambas partes involucradas en la situación de violencia escolar.