La agresividad infantil se trata de una disposición dirigida a dañar, intimidar, atacar, u ofender. Implica que un niño tiene el deseo de imponer su voluntad a otro que quiere evitar dicho maltrato. La agresividad infantil es una inclinación recurrente entre infantes que buscan afirmarse sobre un bien, un material o un semejante. Los menores con dichas tendencias suelen golpear, pellizcar, morder, arañar, ridiculizar, insultar, y hostigar a sus pares.
La mayoría de estudios confirman que la agresividad infantil se caracteriza principalmente por:
a) Tener un claro carácter intencional: El niño realiza acciones orientadas a perjudicar o injuriar a su víctima. Todo acto de agresión (amenaza, humillación, menosprecio, e incluso, el acoso) responde a una disposición desadaptativa que busca infringir daño de forma deliberada.
b) Generar repercusiones negativas: La agresividad infantil no sólo afecta al menor, padres, maestros, amigos y personas allegadas experimentan gran frustración y enojo ante la rebeldía, la desobediencia, los arrebatos, y los comportamientos dañinos de los pequeños agresores.
c) Múltiples manifestaciones: Aunque los infantes normalmente hacen uso de la agresión física y de la verbal, este comportamiento se puede presentar de múltiples formas. De este modo, la agresividad psicológica y la agresividad social, también resultan conductas alarmantes, con graves consecuencias.
Innegablemente, la agresividad es parte indispensable de la naturaleza humana. Y es que, en cada etapa de la vida cumple una función determinada. Durante los primeros años, el niño comienza a manifestar su insatisfacción o descontento por medio de conductas agresivas tales como: berrinches y gritos. A partir de los tres años de edad el infante muestra mayor coordinación, y, suele reaccionar de forma colérica si sus deseos no son cumplidos. El menor tiende a experimentar rabietas asociadas a la realización de las rutinas cotidianas (alimentación, aseo).
Según psicólogos y distintos especialistas en agresividad infantil, ciertos comportamientos agresivos están plenamente justificados en edades tempranas ya que permiten al infante comunicarse con su entorno social y físico. Un niño que no ha desarrollado sus capacidades motrices, lingüísticas y su inteligencia emocional, desarrollará conductas agresivas para manifestar su ira y su frustración, o, para expresar sus añoranzas, deseos, y carencias afectivas. Hasta los seis años de edad, la conducta agresiva cumplirá una función natural, e instrumental, vinculada a la satisfacción de las necesidades básicas del pequeño.
El problema se presenta cuando la agresividad infantil deja de funcionar como un mecanismo adaptativo de supervivencia y adquiere un nivel hostil (recurrente) que infringe la dignidad de otro ser humano. Se trata de un comportamiento desadaptativo orientado a: lesionar, humillar, herir y discriminar cruelmente a semejantes, y adultos.
Detrás de un niño que golpea a sus hermanos, se burla de sus compañeros, e insulta a sus padres, están implicados diversos factores emocionales, neurobiológicos, familiares, y sociales, que no se pueden tomar con ligereza. La mayoría de conductas agresivas se deben al aprendizaje social que empieza en el seno del hogar. De tal modo que, un modelo familiar disfuncional, caracterizado por padres agresivos, poco afectivos, permisivos, o incongruentes será determinante en el desarrollo de la agresividad de sus hijos.
Tipos de Agresividad según la modalidad
Tipos de Agresividad según la motivación
Las características que se exponen a continuación deben presentarse con una periodicidad frecuente, una prolongación excesiva, y una intensidad elevada para que puedan considerarse como un patrón comportamental de agresividad infantil.
- Manifestaciones impulsivas. Los niños agresivos tienden a desarrollar conductas impulsivas, es decir, presentan problemas para controlar o inhibir ciertos comportamientos. En este sentido, se sienten con la necesidad de satisfacer sus pretensiones o deseos de forma inmediata, sin reflexionar acerca de las consecuencias de sus actos. Se trata de niños que tienen dificultad para “pensar antes de actuar”. Las manifestaciones impulsivas repercuten en el equilibrio de las emociones, en el desarrollo de vínculos afectivos, y en la adaptación escolar y social del pequeño.
- Rabietas y arrebatos. Desde muy temprano (entre los dos y tres años de edad) los niños tienen berrinches y arrebatos para manifestar necesidades básicas tales como: apetencia, sed, cansancio, sueño. Se puede decir que las rabietas son demostraciones explícitas e intensas de un malestar, una frustración, o un llamado de atención. El problema se presenta cuando el niño se vale de cualquier estímulo para hacer berrinches injustificados, inmaduros, y agresivos, en un intento de manipular a los padres o responsables. De este modo, si el pequeño no logra realizar lo que quiere, o tiene problemas para expresar lo que desea es bastante probable que manifieste su insatisfacción y su agresividad por medio de extenuantes berrinches. En ocasiones, las rabietas pueden llegar a ser frecuentes y destructivas, en este caso, se recomienda consultar con un psicólogo.
- Desobediencia. Gran cantidad de niños con comportamientos agresivos también son díscolos, discutidores, y desobedientes. Son menores reacios a cumplir con las resoluciones de los padres y con las normas del hogar. Se resisten, protestan y no acatan las exigencias o peticiones de los adultos. En líneas generales se considera a un niño como desobediente cuando: a) No cumple con los cometidos ordenados en un lapso de tiempo prudente (los intervalos varían, no obstante se recomienda un lapso entre tres y diez minutos), b) No finaliza las actividades asignadas, c) No sigue las normas, ni los acuerdos preestablecidos. Por ejemplo, en el seno de la familia se establecen reglas parentales tales como: no decir palabras soeces u ofensivas, no jugar con la comida, en este caso, el niño en actitud retadora desobedece el acuerdo.
- Intimidación Verbal. La amenaza verbal es otra importante característica de los niños con conductas agresivas. Se ha demostrado que estos infantes buscan amedrentar, atemorizar e inquietar al amenazado. Es así como los niños agresivos- intimidadores anuncian que realizarán un mal a la víctima (causar lesiones, maltratos, daños psicológicos, muerte), generando un estado de intranquilidad, desasosiego y miedo en la misma.
- Intolerancia a la frustración. Las frustraciones, las decepciones, y las desilusiones también son parte importante de la vida. En el caso de los niños agresivos, tienden a reaccionar con rabia, enojo, e incluso ira cuando su querencia o necesidad no ha sido satisfecha. Al ser poco tolerantes a la frustración, el menor no sabe cómo enfrentar las dificultades, y las limitaciones personales. Usualmente, los niños con comportamientos agresivos experimentan frustración ante circunstancias tales como: a) Sentirse contrariados u obstaculizados por sus padres (los representantes no ceden ante un capricho), b) Cuando no obtienen lo que desean (pierden un juego, fallan en una evaluación escolar), c) Experimentan alguna imposibilidad o incapacidad en su rutina diaria.
- Discusiones, gritos y pleitos. Las discusiones familiares son normales y ocurren frecuentemente. Si se da un debate de forma respetuosa, con ciertos límites, intentando buscar soluciones a conflictos se debe considerar como una disputa aceptable y productiva. Ahora bien, la situación se convierte en problemática cuando la agresividad infantil se manifiesta por medio de discusiones descontroladas, gritos y pleitos con hermanos, padres o compañeros. De este modo, los menores alzan su voz para ofender, llamar la atención o insultar a sus allegados. Inevitablemente, si un niño canaliza su agresividad a través de pleitos recurrentes, superfluos o caprichosos se afecta a sí mismo, y deteriora sus relaciones amicales, familiares, y escolares.
- Irritabilidad y descontento. Los infantes agresivos tienen fuertes temperamentos y por lo general se ponen de mal humor con rapidez y facilidad. Estos pequeños suelen ser realmente sensibles ante cualquier clase de estímulo, razón por la cual reaccionan con una irritabilidad desproporcionada. Además, es bastante común que el niño se muestre descontento consigo mismo, con su familia, e incluso con el orden social. Se puede afirmar que la dificultad en el manejo de las emociones es evidente y tiene profundas repercusiones en las interrelaciones del menor.
- Daños a bienes materiales. La agresividad infantil también se manifiesta en conductas destructivas orientadas a dañar o deteriorar bienes del propio infante o de la persona que quiere agredir (ropas, juguetes, lentes, artefactos, mobiliarios, equipos, entre otros).
- Tendencia al Psicoticismo: Los niños agresores experimentan una emotividad intensa, normalmente son: ansiosos, inseguros, intolerantes al estrés físico o psicológico, reactivos, inestables, y tensos. Un infante con tendencia psicótica no muestra preocupación o interés por el bienestar de los demás, de hecho, manifiesta agrado al humillar o menospreciar a sus pares o representantes, incluso, puede considerarse como un menor cruel e insensible.
En el comportamiento agresivo infantil intervienen diferentes factores personales, familiares y socioculturales. A nivel individual repercuten los aspectos neurobiológicos, cognitivos, y los antecedentes psicopatológicos de los progenitores. A nivel socio - ambiental se pueden mencionar los siguientes factores: la estructura del núcleo familiar, los vínculos y conflictos parentales, los ambientes escolares, los intercambios culturales, la exposición a los medios de comunicación, entre otros.
Aspectos neurobiológicos: Diferentes estudios han revelado que las alteraciones o daños neurológicos inciden en la aparición de comportamientos agresivos durante la infancia. Hasta el momento se ha comprobado que la agresividad infantil está vinculada a importantes estructuras cerebrales tales como: el complejo amigdalino, la corteza pre-frontal, el hipocampo, y, el sistema límbico (cerebro emocional), que están encargados de controlar las emociones y regular los comportamientos humanos (la capacidad de permitir o inhibir impulsos).
El complejo amigdalino (núcleo neuronal que procesa, somatiza y almacena emociones) funciona como un mecanismo biológico de autoconservación, por ejemplo, cuando el niño percibe un peligro o una amenaza del ambiente, su amígdala cerebral iniciará un proceso emocional que incidirá en la activación de los mecanismos de defensa y de adaptación. Según numerosos estudios el funcionamiento anormal de esta región cerebral tiene una clara relación con la agresividad. Existe evidencia científica de que los niños con tendencias violentas presentan una actividad más intensa en la amígdala.
Asimismo la agresividad infantil se ha asociado con una actividad deficitaria en el lóbulo frontal cerebral el cual se encuentra vinculado a: la regulación de impulsos, la memoria funcional (corto plazo), la toma de decisiones, el autocontrol, la socialización, e incluso la espontaneidad.
Por otro lado, se ha determinado que los principales neurotransmisores asociados a las conductas agresivas son la serotonina, la dopamina, y la noradrenalina o norepinefrina. La serotonina constituye un neurotransmisor de especial relevancia ya que contribuye a la inhibición de la rabia, la agresividad, los humores, el sueño, la vida sexual, e incluso la alimentación. Se ha observado que el incremento de la acción serotoninérgica ayuda a disminuir las reacciones impulsivas, contrariamente, la reducción de esta actividad repercute en el aumento de las respuestas agresivas del niño.
Antecedentes psicopatológicos de los progenitores: Se ha observado que algunos padres de infantes agresivos suelen presentar conductas disfuncionales, tales como: comportamientos hostiles, abuso de sustancias, depresiones mayores (especialmente las madres), trastornos paranoicos, personalidad antisocial, disfunción adaptativa. Dichos antecedentes familiares evidentemente inciden en la falta de implicación y compromiso de los progenitores en el proceso de crianza, además, multiplican el riesgo de desarrollar agresividad en los más pequeños.
La Familia: El núcleo familiar resulta fundamental para la adecuada formación del niño, ya que en el seno del hogar los pequeños aprenden a adaptarse, comunicarse, y comportarse. De este modo, una apropiada relación entre padres e hijos favorecerá que los menores desarrollen sanas relaciones intrapersonales (consigo mismos), y equilibradas relaciones interpersonales (con otros). Contrariamente, si el niño se ve afectado por una relación familiar conflictiva o negligente es bastante factible que se muestre agresivo o irascible.
Algunos estudios sostienen que la familia es un “sistema” regido por reglas, creencias y normas internas. De allí que, inherentemente los padres establezcan ciertos límites y acuerdos relacionales a fin de organizar razonablemente el funcionamiento y los roles de los integrantes. Ahora bien, con el aumento de hogares disfuncionales, familias reconstituidas, y crianzas de tipo monopaternal, los niños son cada vez más vulnerables a sentirse frustrados, e insatisfechos. En este sentido, una familia sin estructura definida, carente de reglas y roles incidirá profundamente en la generación de manifestaciones violentas durante la infancia.
Además, se ha descubierto que la agresividad manifestada en los más pequeños está estrechamente relacionada al modelado que reciben de sus familiares y allegados. Se debe explicar que el niño generará su “concepción del mundo” a partir de la educación que acoge de sus progenitores. Y es que a través de la observación y la imitación los niños aprenderán de sus padres: valores morales, actitudes, manejo de emociones, empatía, habilidades de socialización, etc. De tal manera que, si un infante crece en un entorno hostil, siendo víctima de abusos, burlas, insultos, humillaciones, amenazas, carencias afectivas, es muy probable que el menor reproduzca estos dañinos comportamientos. La mayoría de niños agresivos que no reciben atención psicológica especializada pueden desarrollar tendencias a conductas delictivas.
En muchas ocasiones, los padres y familiares contribuyen no sólo a la instauración, sino al “mantenimiento” de la agresividad infantil. Por un lado, cuando un padre desaprueba la agresividad de su hijo, pero, lo castiga de forma violenta (castigos físicos excesivos, reprimendas brutales, o intimidaciones verbales) sólo contribuye a reforzar el modelamiento agresivo en el menor. Por otro lado, si el progenitor es poco exigente y tolera todos los impulsos ofensivos, las rabietas y berrinches del niño, también contribuye a la conservación de la conducta pendenciera. Debido a que estos representantes no hacen uso del control parental, no establecen reglas de comportamiento, y consienten lo inaceptable, los niños asumirán que la agresividad es algo admisible.
Toda familia debe establecer y supervisar: hábitos saludables, reglas claras de convivencia, patrones de socialización, comportamientos tolerantes y moderados, desarrollo de valores morales, rechazo a la agresividad, y respeto a los derechos humanos. Finalmente, un representante no puede ser excesivamente permisivo o complaciente (sistema disciplinario inconsistente), así como tampoco puede ser un padre hostil, e intimidador (sistema disciplinario incongruente, violento).
Escolaridad: Algunos investigadores han afirmado que “los entornos violentos, crean personas violentas”. De allí que el núcleo escolar también juegue un papel fundamental en la instauración y el mantenimiento de la agresividad infantil. Aunque las instituciones educativas deben ser el escenario para el desarrollo, la formación, el crecimiento, la interacción, y la confianza, lamentablemente se han convertido en uno de los contextos sociales en donde se genera y persiste fehacientemente la violencia y el acoso entre menores.
Muchos escolares agresivos, hiperactivos, o de conductas antisociales tuvieron un comienzo precoz en el sistema escolar. Se ha demostrado que una temprana escolarización puede tener consecuencias negativas, especialmente, cuando el menor no posee las condiciones cognitivas necesarias para afrontar los retos que implica la educación inicial. El caso es que hay niños que debido a la hostilidad y la negligencia de sus padres tienen muy baja autoestima, carecen de destrezas sociales, y de habilidades adaptativas por lo que se les dificulta enfrentar la realidad escolar. Posiblemente, esta frustrante situación que experimenta el infante se manifieste por medio de actos agresivos o perjudiciales.
Otro factor de riesgo ampliamente discutido, es el acoso escolar o bullying. Evidentemente, la escuela es un campo propicio para el desarrollo de relaciones sociales, y de aprendizajes entre niños contemporáneos. Con el surgimiento de nuevas amistades, se incrementan las posibilidades de compartir con menores problemáticos, iracundos, desobedientes, o, manipuladores. Hoy por hoy, la intimidación, y el hostigamiento entre escolares ha conllevado a ominosas consecuencias. Al respecto, el bullying se caracteriza por: intimidaciones verbales y psicológicas (insultos, amenazas), agresiones físicas, discriminación racional, aislamiento social, menosprecio de los semejantes, y más recientemente, una nueva modalidad: el cyberbullying, o, acoso cibernético.
Según los estudios, el clima escolar (estructura organizativa, comunidad profesoral y estudiantil, calidad de relaciones) y las actitudes de los compañeros influyen considerablemente en la generación de comportamientos agresivos. También se ha observado que la vinculación con niños violentos puede promover conductas inadecuadas y violentas, bien sea por imitación o en búsqueda de aceptación entre compañeros.
Los medios de comunicación social: Durante las últimas décadas los infantes se han ido formando cada vez más bajo la poderosa influencia de los medios de comunicación social, especialmente de los espacios televisivos. La televisión se ha convertido en una especie de “niñera” o de compañía para los más pequeños, mientras los padres o representantes atienden diferentes quehaceres. Al respecto, los estudios han demostrado que los menores experimentan reacciones emocionales y conductuales al ser expuestos a contenidos audiovisuales. La problemática se presenta cuando la programación televisiva promueve antivalores, conductas agresivas, elementos de salud, sexo y violencia inadecuados para la audiencia infantil.
Entre los siete y los once años los infantes atraviesan por una etapa especialmente susceptible ya que no han desarrollado una diferenciación objetiva entre la realidad y la imaginación. Es durante este período en el que los niños están más propensos a identificarse, imitar y reproducir las acciones agresivas de sus superhéroes o las proezas titánicas que ven en sus programas favoritos. Cabe señalar que muchas series animadas aparentemente inofensivas, recurren a la violencia como principal conflicto dramático. De este modo, los episodios muestran: enfrentamientos bélicos, pugnas entre bandas, lucha de poder, el fin del mundo, golpizas, balaceras, pleitos, disturbios, destrucción y accidentes, lo que puede propiciar conductas desadaptadas y agresivas en el niño, ya que posiblemente intente imitar lo que ha visto y ha aprendido de la televisión.
Según la evidencia científica la transmisión de sucesos agresivos en la televisión puede generar las siguientes consecuencias: a) Los niños frecuentemente expuestos a programas violentos pueden imitar conductas hostiles e irritables, b) Posiblemente experimenten pérdida de sensibilidad ante el dolor, la crueldad, o el abuso, c) Partiendo de lo observado, es probable que el niño haga uso de la violencia para satisfacer sus deseos, d) El niño acepta la agresividad como comportamiento socialmente adecuado.
De acuerdo con numerosas investigaciones, la concepción mental que tiene el infante sobre el mundo es particularmente vulnerable e influenciable, esto, debido a que el pensamiento infantil a penas está en proceso de gestación y maduración. De allí, la relevancia de que el menor sea expuesto a contenidos audiovisuales educativos que promuevan comportamientos sociales positivos tales como: la amistad, la convivencia, la resolución pacífica de problemas, la tolerancia, el respeto, el altruismo, entre otros. No cabe duda de que los adultos deben supervisar y controlar tanto el contenido de las trasmisiones televisivas, como el tiempo de exposición a las mismas. Además, resulta favorable que los progenitores acompañen a sus hijos mientras observan sus shows favoritos con el objetivo de que les guíen y les orienten a distinguir entre lo bueno y lo malo de esa experiencia audiovisual.
Para finalizar, también se ha observado, que los juguetes de acción o de guerra, y que los videojuegos violentos pueden incidir negativamente en el comportamiento del infante, ya que este tipo de entretenimiento tiende a incitar a la lucha, al combate, a la mutilación y a la rivalidad.
Para comenzar a tratar la agresividad infantil es necesario aplicar estrategias de inteligencia emocional y de aprendizaje social orientadas a controlar los comportamientos impulsivos e inadecuados. Dichas técnicas cognitivas reúnen los conceptos, los valores y los procedimientos (de corte infantil) necesarios para conseguir la madurez emocional de paciente, y con esto alcanzar una cohesión entre los pensamientos, las reacciones emocionales y los comportamientos del niño. La idea es que el afectado se convierta en un infante más: tolerante, expresivo, ágil en la solución de conflictos, compasivo, y empático.
Técnicas de identificación de emociones: El terapeuta iniciará el tratamiento evaluando: la agilidad mental, la autoconciencia, la empatía, y en especial, la capacidad que tiene el menor para identificar y expresar cada una de las emociones que experimenta. La fase inicial tiene el propósito de desarrollar o de reforzar las competencias emocionales del paciente, es decir, se trata de que el niño perciba, reconozca, evalúe y manifieste adecuadamente sus emociones. Hasta el momento se ha comprobado que los infantes con dificultad para reconocer sus estados de ánimo son menos saludables, tienden a presentar un rendimiento académico bajo, y suelen desarrollar conductas agresivas. Entre las técnicas de identificación de emociones se encuentran:
- Mimodrama: El terapeuta puede hacer uso de juegos de mímica para que el niño evoque por medio de gestos, sensaciones y acciones sus estados de ánimo. En este caso, el menor tomará una tarjeta al azar y dramatizará la emoción que corresponde, o viceversa, el especialista puede hacer la mímica y el paciente deberá identificar el sentimiento dramatizado.
Una vez que el infante esté en capacidad de identificar sus emociones básicas (miedo, aversión, sorpresa, ira, alegría, tristeza), el especialista lo adiestrará para que distinga claramente entre las reacciones emocionales positivas, y las reacciones negativas. En esta etapa es importante que el niño reconozca y asimile que cada emoción se manifiesta de una forma particular, con sensaciones cognitivas y fisiológicas específicas. Por ejemplo, un menor que le sudan las manos, o que respira aceleradamente puede anticipar que se siente algo ansioso o nervioso ante un estímulo determinado. En el caso de la agresividad infantil, existe evidencia científica de que gran cantidad de afectados padecen de déficits en las competencias emocionales. Dicha incapacidad de identificar y expresar sus sentimientos conlleva a graves estados de frustración, que eventualmente se transforman en conductas agresivas. De allí, que el primer paso para enfrentar la agresividad sea reconocer la emoción (es) de carácter negativo que genera el malestar y prever su posible respuesta.
- Collage creativo: El psicólogo puede pedirle al niño que realice un collage creativo con fotografías de sus allegados, o con imágenes de revistas, e incluso ilustraciones. La idea es que el pequeño cree un collage de emociones, en el que cada sujeto recortado exprese un sentimiento particular. Una vez que la actividad está lista, el niño deberá escribir la emoción que corresponde a cada fotografía que usó. Esta es una actividad entretenida que permite reforzar las habilidades emocionales en las edades tempranas.
Técnicas para identificar el nivel de intensidad de las emociones: Cuando el niño se encuentra capacitado para expresar tranquilamente sus estados emocionales, llega el momento de trabajar en el nivel de intensidad de sus reacciones y sus estados anímicos. Los estudios señalan que los infantes emocionalmente intensos suelen llevar una vida complicada, y presentan dificultades de integración. En este sentido, es perfectamente razonable sentir miedo frente a una amenaza, o estar triste ante la pérdida de algo significativo, la situación problemática se genera cuando las emociones se experimentan de forma extrema y radical. Por lo general, los niños agresivos tienden a ampliar la intensidad de las emociones de carácter negativo, al tiempo en que reducen la intensidad de las emociones de carácter positivo. Entre los métodos más recomendados se encuentran:
-Termómetros emocionales: Estos instrumentos gozan de creciente aceptación entre los niños puesto que la mayoría los reconoce y entiende cuál es su utilidad. En este caso, la dinámica con el termómetro ayudará a que el infante comunique el nivel de su estado emocional. El procedimiento es bastante sencillo, el psicólogo le pedirá al infante agresivo que indique en el marco de una numerología específica (Puede ser del 0 al 05, o, del 0 al 10) la intensidad de su emoción. Obviamente, cada número en el termómetro se corresponde a un estado específico. Es así, como el especialista podrá evaluar la condición del tratado y llevar un registro.
-El Semáforo: La técnica del semáforo sólo se puede aplicar una vez que el niño agresivo está plenamente familiarizado con los signos fisiológicos, cognitivos y conductuales que le generan sus propias emociones. En otras palabras, se considera que un infante está apto para esta técnica si experimenta una señal en su cuerpo y está en la capacidad de asociarla a una emoción específica. Por ejemplo, un niño que experimenta el impulso de atacar a alguien, y es lo suficientemente competente para reconocer que esa señal se vincula a la emoción de la ira. (Se recomienda esta técnica para niños entre 7 y 12 años de edad).
En el caso de la Agresividad Infantil, la técnica del semáforo comienza por prestar “atención” y reconocer las señales físicas, psíquicas y motoras relacionadas al enojo y al comportamiento violento. Una vez que el niño asimila estos sentimientos (precedentes a la agresividad) pone en marcha la dinámica del semáforo, la cual consiste en anticipar las consecuencias positivas o negativas de las decisiones y las conductas. Además, en este procedimiento de autocontrol se le indica al niño que asocie los colores del semáforo (rojo- amarillo-verde) a sus emociones y comportamientos.
De esta manera, el color rojo representa el hecho de detenerse o pararse, prestar atención al entorno, tomar conciencia de las emociones y de los hechos. El primer paso es prestar “atención” a lo que se experimenta. El tono amarillo indica al infante que debe reflexionar (etapa de introspección), es el momento adecuado para evaluar como la emoción le afecta, y pensar posibles soluciones a su malestar. Por ejemplo, si el chico está enfurecido debe analizar su situación emocional y plantearse alternativas de resolución de conflictos. Finalmente, el tono verde significa seguir adelante. El menor está en capacidad de avanzar. El chico toma una decisión basado en su observación, y razonamiento.
En líneas generales se puede afirmar que el niño agresivo que desea aplicar esta técnica debe estar atento a las siguientes señales: a) A nivel fisiológico: Aumento de la frecuencia cardiaca, rostro enrojecido, sudoración excesiva, sensación de acaloramiento; b) A nivel conductual: Apretar los puños, impulso de atacar a alguien o de lanzar objetos, gestos involuntarios, voz elevada; c) A nivel emocional: Los niños se sienten abandonados, irritados, inseguros, frustrados, insatisfechos, vulnerables; d) A nivel cognitivo: Tienen pensamientos recurrentes sobre los estímulos que generan su agresividad. Se enfocan en lo negativo, en lo destructivo, en lo desagradable.
Técnicas de Resolución de Problemas: Una vez que el infante agresivo reconoce sus emociones y es capaz de manejar la intensidad de las mismas, el psicólogo empezará a brindar diferentes herramientas para enfrentar sanamente los conflictos diarios. Entre estas técnicas se encuentran:
-Juego de Roles: Este método cognitivo permite al niño agresivo la posibilidad de asumir el papel de otro sujeto (tanto física como emocionalmente) a fin de que el menor logre adaptarse de forma adecuada a nuevas situaciones y resuelva las posibles contrariedades que se le puedan presentar. El juego de roles no sólo contribuye a contrarrestar la agresividad, sino que también favorece al infante en diferentes aspectos, como: a) Desarrollar y flexibilizar su pensamiento, b) Reforzar su capacidad de empatía, c) Mejorar su coordinación psicomotriz, d) Agilizar sus habilidades sociales, e) Dinamizar su creatividad (en cuanto a su capacidad de dramatización y de simbolización).
-Juego de Roles con Títeres: Para esta técnica también se utilizan títeres, denominados “los títeres de problemas”. Cuando hay conflictos es posible que el psicólogo recurra a estas figuras a fin de aproximarse al infante de una forma más creativa. Por sus características, los títeres suelen ser vistos con simpatía y agrado, razón por la cual, el experto los utiliza para dramatizar las situaciones que generan agresividad en el niño, logrando un acercamiento sin resistencia. Durante esta intervención, el terapeuta realiza preguntas claves y genera un intercambio de opiniones con el menor tratado. El propósito de la dramatización es inducir al niño a reflexionar acerca de las consecuencias de sus actos, así como también ayudarlo a generar soluciones alternativas.
Psicólogos de Bogotá expertos en agresividad y violencia infantil